viernes, 17 de enero de 2014

¡El Grinch!

Hola a todos, he vuelto. Estos días no he escrito porque estábamos en temporada navideña y, la verdad, no me gusta mucho esta época del año, cada vez menos, así que decidí no escribir algo en plan dramático sobre las ella y esperarme a que acabase la temporada.

La verdad es que no sé si me han empezado a dejar de gustar porque no son lo que eran, porque la idea que tenía yo de ellas nunca existió o porque me estoy haciendo mayor. Se supone que nunca se es demasiado mayor para la Navidad, así que puede que me este amargando…

Antes de seguir, a modo de aclaración, esto no es una crítica al consumismo navideño, de hecho eso me encanta. Esto vas más hacia las obligaciones.

Esas cenas interminables en las que, pasado un rato, no hay conversación. En las que acabas hablando con los miembros de tu familia que más ves y que, por lo tanto, está todo dicho. Y lo que más odio en el mundo: La típica pregunta de tus tíos “¿Que te compro para reyes?”.

Me parece lo peor que te pregunten directamente, cuando ya tienes una edad, lo que quieres, no, no te molestes en mirar algo, pregunta directamente. Yo me paso días enteros en centros comerciales buscando regalos, a no ser que los padres del niño en cuestión me hayan pasado la lista de deseos de su pequeño, y opino que esa es la gracia de un regalo, que alguien, pensando en ti, busque algo que crea que te va a gustar (aunque no acierten).

Lo que me encanta de la Navidad, para relajar un poco el tono, son esas preciosas luces que ponen por toda la ciudad y los adornos, sin olvidar la comida... Me tengo que poner a dieta, como cada año...

A partir de hoy, espero recuperar el ritmo semanal de publicaciones.


Atentamente, el Grinch. 

viernes, 13 de diciembre de 2013

París.

La semana pasada pase cuatro días en París, la ciudad de la luz.

Cuando llegué al aeropuerto ya era de noche y tuve que salir corriendo hacia el hotel, cambiarme y volver a salir a la calle, tenia entradas para el mítico Moulin Rouge e iba a llegar tarde. Mientras me iba acercando al lugar que había soñado tantas veces pude empezar a ver la arquitectura parisina, sus calles, sus luces, su gente, sus tiendas…

Al salir del mítico cabaret, ya estaba infectado. Me enamore de París.

La mañana siguiente fue otro sueño, la Torre Eiffel. Subí hasta arriba del todo y allí, mi amor por París alcanzo un nivel más, cada vez me gustaba más esa ciudad, recorrí el Sena en barco, vi Notre-Dame, entre en bares, restaurantes, tiendas, compre souvenirs y me enamore de cada calle, cada adoquín y cada tienda a mi paso.

Durante mi estancia, también visite el Arco de Triunfo, las Galeries Lafayette y la zona comercial de la capital, pasee por el barrio de la Opera, Montmatre y me impresione con el Sacré Coeur. Para cuando visite los campos Elíseos, mi amor por París había crecido a niveles que solo ocupaban Nueva York, Londres y Barcelona en mi corazón.


Volví de París enamorado, como ya me pasó con Nueva York y Londres y con la promesa de volver a ver todo aquello que no me dio tiempo a ver, visitar todos los lugares que vi de reojo y, por qué no, planteándome la idea de pasar una temporada allí…

Paris bientôt

viernes, 6 de diciembre de 2013

All Around The World

Cuando leáis esto estaré en París, la verdad es que ahora, que aun estoy en Barcelona, tengo ganas de irme, me encanta viajar y más a sitios como la capital francesa.

La parte más divertida de viajar, para mí, es poder pasear por calles nuevas para mi, junto a personas que no me conocen y que, muchas veces, no entienden mi idioma. Aprovecho los viajes para desconectar de todo lo que hay en Barcelona y creo, sinceramente, que viajar es terapéutico.

Viajar ayuda a conocerse a uno mismo y a abrir la mente. En una ciudad extraña, se pueden aprender cosas que no se sospechaban o que se creían imposibles. Eso sí, hay que ser coherentes, es imposible ver todo lo que ofrece una ciudad en cuatro días.

Las escapadas y vacaciones deben tomarse como un lapso de relax, de enriquecimiento para la mente y el espíritu y para tomar distancia de todos los problemas y situaciones que vivimos en el día a día en nuestras ciudades. En ningún caso debemos pretender conocer perfectamente París, Nueva York, Barcelona, Madrid, Londres o cualquier otra ciudad, pasando allí una semana o dos, porque no lo vamos a conseguir.

También hay que priorizar, por ejemplo, yo en estos días en París, no voy a ver el Louvre, pero si hare una visita al Moulin Rouge. ¿Eso significa que no soy una persona “interesante”? Pues  no lo seré… pero creo que, en el poco tiempo que tengo, no vale la pena perder un día entero en un museo del que solo me interesan dos o tres obras, porque, seamos sinceros, al salir de un museo tan grande como este, no recordamos ni la mitad de cuadros que hemos visto, solo los que nos han chocado o gustado más.


Así que, señores, nos vemos a la vuelta de la ciudad de la luz. Bientôt! 

viernes, 29 de noviembre de 2013

Mártir

Sacrificarse, desde que los cristianos elevaron a los altares a los mártires, es una acción muy venerada en la sociedad, pero, ¿Por qué? ¿Acaso está en la naturaleza humana el sacrificio?

Yo creo que no, creo que el hombre, igual que cualquier otro animal, es egoísta. Este egoísmo, sin embargo, hace años que las sociedades lo han descafeinado para que el conjunto de la humanidad funcione, de ahí es de donde sale el sacrificio, sabemos que, sacrificándonos, protegemos nuestra sociedad y que cumpliremos el sueño de todo humano: vivir eternamente en el recuerdo de todos.

A parte de esa protección, hay algunos que persiguen el reconocimiento: queda muy bien ser el que se sacrifica por el otro a los ojos del resto de la sociedad, así conseguimos reconocimiento y autocompasión y, de algún modo, nos creemos y nos hacen creer que somos mejores, pero, en el fondo, somos igual de egoístas que cualquiera.

El sacrificio, la mayoría de veces, obedece a un deseo de reconocimiento por parte de otros y no a un acto totalmente desinteresado, de hecho, no hay actos desinteresados. ¿Por qué queremos a la gente? Para que ellos nos quieran a nosotros. ¿Por qué protegemos a los demás? Para que ellos nos protejan a nosotros. Un caso aparte son los hijos, los padres dan amor a los hijos sin que estos se lo hayan ganado, sin embargo, los hijos quieren a sus padres si se lo ganan.

En todo esto hay excepciones, yo no creo conocerlas, pero siempre las hay. Supongo que en el mundo habrá alguien que haga las cosas por amor desinteresado a los demás, sin buscar reconocimiento, amor o cualquier otra recompensa… ¿Quién sabe? El mundo es tan grande que puede que si lo haya, lo dudo , porque de esto hay mucha gente que no es consciente, están todas esas personas que son tan generosas que donan dinero a causas benéficas, lo hacen tan desinteresadamente que lo publican en la prensa y lo van predicando por todo lo alto… ¡Que desinteresado por Dios!

Pero tranquilos, no es nada malo este egoísmo emocional, al revés, es lo mejor que se puede hacer porque si uno da y no recibe… Empiezan los problemas.

viernes, 22 de noviembre de 2013

¡Culpable!

La culpa. Sentimiento común pero maldito. Todos, sin excepción, nos sentimos culpables alguna vez, no importa la edad, el sexo ni la condición. La culpa es tan humana como respirar.

El veneno de la culpa se extiende por la mente de una persona inexorablemente, más rápido o más lento, antes o después, pero al final, acaba conquistando la mente y haciendo daño. Nosotros, pobres inocentes, creemos que, pidiendo perdón, el veneno desaparecerá, la niebla de la culpabilidad se disipará y el sol volverá a brillar. Puede que sea así para algunos, pero para otros, la culpa acompaña toda la vida.
Sentirse culpable es una de las peores sensaciones que se pueden experimentar. La culpa se esconde, se camufla, parece que no está, que se ha dormido, incluso se ha ido, pero, en el momento más oportuno, ahí vuelve a estar, como un puñal se va clavando y va destrozando todo a su paso.

Lo más curioso es que es un sentimiento que normalmente, nosotros mismos creamos pero necesitamos la ayuda de los demás para destruir. La infección es autodestructiva, nos va matando y no sabemos qué hacer, podemos pedir perdón, hacer cosas para intentar compensar, regalos, flores… Pero al final, si realmente la sentimos y es profunda, no sirven para nada.

Hasta que alguien nos convence de que, lo que sea que nos produce la culpa, no es realmente culpa nuestra, o que ya no importa, que no nos guarda rencor y que nos perdona, que podemos estar en paz, hasta que no nos dan la cura, la infección no sana. Pero al sanar, llega su hermana, la vergüenza. Compañeras inseparables la culpa y la vergüenza por lo hecho visitan al huésped y ponen huevos.


La vergüenza, sin embargo, no es tan poderosa, y el propio organismo la destruye. Sin contemplaciones destruye la lacra y las crias y así, por fin, vuelve la paz.

viernes, 15 de noviembre de 2013

¿Rencoroso Yo? ¡Si!

Me considero una persona rencorosa, si, sé que es una afirmación un poco extraña, pero, ¿Por qué negar la evidencia?

El rencor no es nada bueno, no nos engañemos, a mí, personalmente me encantaría ser una de esas personas que dicen “No pasa nada” y es cierto que no pasa nada. Pero no, si pasa, ha pasado y, durante un tiempo, está ahí, presente, latente e hiriente.

Yo no sé si vosotros sois o no rencorosos, espero que no lo seáis, pero los que lo sois, como yo, sabréis que, si algo te ha hecho daño, aunque perdones al ejecutor, ese dolor está ahí, un perdón reconforta y gusta, no digo que no, pero a veces, la única forma de dejar que ese dolor pase es esperar. El tiempo cura heridas y hace que todo se ponga en su lugar.

Las personas que sufren nuestro rencor a veces no se dan cuenta de este sentimiento, depende de lo observadoras que sean o de lo que nos conozcan y se lo toman como algo personal, que lo es, no lo voy a negar, pero pasaría igual con otra persona pero intentan, a veces, volver demasiado rápido al momento anterior a la herida. Gran error. Al rencoroso no le gusta el agobio, el rencor pasa, al final siempre pasa, puede tardar más o menos, pero pasa.

El periodo de tiempo en que el rencor esta activo es muy delicado, si el hiriente es demasiado efusivo, puede volverse pesado y hacer que el rencoroso se agobie y tarde más en cicatrizar, pero si pasa olímpicamente, el rencoroso aprende, irremediablemente, a vivir con ese rencor, a convencerse de que ese rencor es lo mejor, a dormir con el rencor, substituir al hiriente por el rencor que este ha producido y así, engañarse a sí mismo.


Desde aquí no apoyo el rencor, simplemente es una sensación normal entre humanos. Hay gente que no lo es, felicidades, pero los que si lo somos, no tenemos porque esconderlo, no es una vergüenza, es una cosa normal. A parte, no todo es negativo, el rencor puede ayudar a ver las cosas desde otra perspectiva y cambiar hábitos que creíamos que eran buenos y no lo son y, no lo voy a negar, para apartar de nuestras vidas a gente que no nos conviene, el rencor es una forma más elegante que la explosión de ira incontrolada y dañina tan normal hoy en día.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Llévame

Es curioso cómo, en la vida de una persona, aparecen personas que marcan a uno de un modo o de otro. En ocasiones, esas personas nos marcan para bien, nos hacen sentir mejor, pero también está el caso contrario.

Todos conocemos a alguien que sabemos que tiene poder sobre nosotros, un poder que nosotros mismos le damos y que le permite desbaratar toda nuestra vida en un momento. Estas personas pueden despertar sentimientos muy diversos sobre nosotros y no somos capaces de contenerlos.

Pero, ¿Por qué sucede esto? ¿Es algo permanente? Por lo que he visto, esta influencia se acaba, tarde o temprano la persona se da cuenta de que la situación no le beneficia en ningún aspecto y aprende a ignorar las sensaciones despertadas por la otra persona, aprende a reprimir tanto esa influencia que, al final, no siente el “poder” de la persona.

El origen de esta influencia puede ser muy diverso, pero normalmente responde a una sensación de inferioridad con respecto a esa persona. Se suele pensar, en el fondo, que se es inferior y que, la otra persona, nos dirige porque sabe hacerlo mejor que nosotros mismos. Otra situación es cuando la persona utiliza la pena o los sentimientos que despierta en nosotros para manipularnos, conscientemente o no.


En definitiva, yo recomiendo que, aunque duela, hay que pensar por uno mismo, no hay que dejar que nadie dirija nuestra vida, aunque la situación sea cómoda al principio, ya que, siendo sinceros, si piensan por nosotros, ¿Para qué lo vamos a hacer nosotros? Porque es necesario y, a la larga, sano y muchísimo mejor.