Desde hace unos cuantos meses hay un nuevo miembro en mi
familia, un gato de “raza europea y tamaño mediano, con pelo corto color
atigrado naranja” como dice en sus papeles (si, los gatos tienen papeles) y
que, mientras escribo muerde el cable del ordenador, retoza por mis piernas y
me mira atentamente.
Siendo mío (legalmente es de mi hermana pero bueno) no podía
llamarse de otra forma: Elvis. En un principio, después de superar la muerte
del pastor alemán que me acompañó desde los tres años, yo me opuse a más
mascotas y fue mi hermana, con su ímpetu, la que me hizo aceptar y, entre los
dos, convencimos a nuestra madre. No nos costó mucho, la verdad.
Tener un gato, teóricamente, no es fácil, pero a la práctica
te das cuenta de que no es tan complicado, sobre todo si antes has tenido un
perro… Elvis, por sí solo, utiliza la arena para… sus cosas, no araña muebles
ni cortinas y es un compañero excelente. Yo paso mucho tiempo con él y nos
entendemos muy bien, cuando quiere, dormimos juntos y vemos la tele, jugamos…
es un hermano más.
Elvis no solo es bueno con nosotros, tiene una “Tita” con la
que juega siempre que viene a visitarlo y, cuando yo quedo con ella, al volver
a casa me huele y se queda un rato ahí, oliendo a ella, a parte, gracias a mi
cuenta de Instagram y Facebook, tiene bastantes fans, incluso de otros países.
Hay gente que piensa que estoy obsesionado con mi gato… en
parte tienen razón, pero es que yo lo veo como un hijo o un hermano pequeño,
nunca me deja solo y encima se lleva bien con mi entorno, es perfecto para mí,
no pide mucha dedicación, solo un plato de pienso, agua, el rascador, la arena
y, de vez en cuando, un yogur a medias.
Desde aquí recomiendo encarecidamente meter un gato en
vuestras vidas, pero solo si sois responsables, por favor no lo cojáis y después
lo abandonéis, no merecen eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario