En estas semanas he tenido unos días bastante ajetreado, de
hecho, entre la Universidad y compromisos sociales no he parado.
Tengo que confesar una cosa: me encanta la vida social. Puede
resultar superficial, pero soy así, no hay más.
En el fondo, tener vida social y estar de nuevo en acción (a
nivel de estudios) me va muy bien, no me deja tiempo para pensar. Pensar, en mi
opinión, está sobrevalorado.
Por lo menos en mi caso, cuando hay tiempo libre, me dedico
a pensar, a pensar en todo y en nada a la vez, pienso y pienso y llego a
conclusiones toxicas para mí mismo. El caso contrario es cuando estoy en época escolar
y encima tengo compromisos, en esos momentos no me da tiempo a pensar en cosas
tan “profundas” y, en consecuencia, soy mucho más feliz.
Los problemas, si uno no piensa en ellos, no es que
desaparezcan pero dejan de importar y, poco a poco, se olvidan.
Por propia experiencia puedo afirmar que, si no se piensa,
si se actuar mecánicamente o se mantiene a la mente ocupada en cualquier cosa
que sea entretenida, uno vive mejor, sin preocuparse por nada y, en definitiva,
con mayor calidad.
Esto, por supuesto, no es una postura radical, en ningún caso
defiendo ser un descerebrado que se dedica a ir de fiesta sin pensar, no. Me refiero
a que es más cómodo mentalmente no cuestionarse cosas muy profundas, hay gente,
sin embargo, que siempre se cuestiona estas cosas y les gusta. Olé por ellos.
En serio, no tengo nada en contra de esas personas que
siempre se cuestionan temas muy profundos e intensos, simplemente, me aburre. Creo
que se puede ser una persona interesante sin comentar todo el tiempo lo
infinito que es el universo, lo dura que es la vida, lo bonito o feo que es el
amor y demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario