La familia, por definición, es el grupo de personas más
importantes en la vida de una persona pero, paradójicamente, ese grupo de
personas nos viene dado desde nacimiento, exceptuando nuestros hijos o la
familia política.
Yo, personalmente, no soporto esa situación, el típico “sois
primos, os tenéis que querer” o el “ya, pero es tu madre/padre/tío/tía/hermano/hermana…”.
Creo firmemente que el cariño que se le tiene a una persona no depende de lazos
de sangre, no creo en lo que se llama la sangre por la sangre.
En mi opinión, cualquier persona que te demuestre un nivel
de confianza elevado, que te acompañe en momentos duros, que este allí siempre
para lo que sea y por la cual te preocupas y le tienes un cariño que, al no
compartir información genética, se ha tenido que ganar, es tu familia.
Mi familia es grande, muy grande, tanto que tengo primos
segundos (o sea los hijos de primos de mis padres, no sé si es el termino correcto
pero siempre les he llamado así) a los que ni siquiera conozco y otros que,
sinceramente, preferiría no conocer. ¿En serio debo sentir cariño por ellos? ¿De
verdad tengo que querer a esa gente con la que no comparto absolutamente nada?
No, no creo que deba y no, no me siento mala gente por no sentir
aprecio hacia esas personas. Para mí, el hecho de que sean de mi familia, no es
más importante que el color de su pelo o el número de pie que calzan. Me da
igual.
Para mí, está muy claro quiénes son mi familia, algunos
forman parte de mi familia “oficial” y otros no, pero tienen la misma o más
importancia en mi vida y, de hecho, creo que deberíamos ser libres para incluir
y excluir a las personas que queramos de ese grupo y para aceptarles o no a los
que decidan incluirnos en su grupo familiar, un grupo que, al igual que la
amistad, debería ser de libre elección y no impuesto.
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