He llegado a casa después de una noche de fiesta, un
cumpleaños. En la fiesta, como en todo en la vida, uno al principio observa la situación
y después actúa. Yo actué, mucho.
Después de la cena, los regalos y las presentaciones (no
concia a casi nadie) llego el momento álgido de la noche. La discoteca. Un invitado
trajo un equipo y empezó a pinchar temas superantiguos, grupos como Camela, himnos
españoles y flamenquito. En ese momento, con todas esas señoras mayores
bailando con nosotros, con sus hijas, con los camareros y las copitas que ya
empezaban a hacer efecto, sonó “Sobreviviré”, el temazo de Mónica Naranjo. Divisé
a mi amiga (la que más conocía en la fiesta y, a partir de la cual conocí a
todos los demás) y empezó el espectáculo. Ella y yo, solos en la pista, la
familia del cumpleañero y de mi amiga y los demás amigos sacaron sus móviles y
empezaron a grabarnos, hicimos un playback de ese himno con baile y todo, no
estaba ensayado, no estaba pensado y salió superbien. Al acabar, todo el mundo
estaba encantado con nosotros y se animaron a bailar. Fue una noche genial.
¿A qué viene esto? Sencillo. Cuando uno va a un evento así,
una fiesta de 18, debe ir con ganas de fiesta y no a sentarse en una silla
esperando que sea la hora de irse. Yo, en esa fiesta, no conocía ni a la mitad de los invitados y pensé: “Hay dos
opciones: quedarse en un rincón y morirse de asco o sociabilizar”.
Sociabilice,
a lo mejor demasiado, pero fue un éxito. Lo que yo no soporto es la gente que
va a una fiesta a aburrirse, para eso, no vas.
Así que, antes de ir para aburriros, inventaos una excusa,
no nos engañemos, todos nos hemos puesto “enfermos”, nos ha surgido una “cena
familiar” o hemos tenido cualquier problema ficticio que nos ha impedido ir a
ese evento que teníamos tantísimas ganas de ir, tantas que teníamos el traje
preparado desde hacía una semana.