Hola a todos, he vuelto. Estos días no he escrito porque estábamos
en temporada navideña y, la verdad, no me gusta mucho esta época del año, cada
vez menos, así que decidí no escribir algo en plan dramático sobre las ella y
esperarme a que acabase la temporada.
La verdad es que no sé si me han empezado a dejar de gustar
porque no son lo que eran, porque la idea que tenía yo de ellas nunca existió o
porque me estoy haciendo mayor. Se supone que nunca se es demasiado mayor para
la Navidad, así que puede que me este amargando…
Antes de seguir, a modo de aclaración, esto no es una crítica
al consumismo navideño, de hecho eso me encanta. Esto vas más hacia las
obligaciones.
Esas cenas interminables en las que, pasado un rato, no hay conversación.
En las que acabas hablando con los miembros de tu familia que más ves y que,
por lo tanto, está todo dicho. Y lo que más odio en el mundo: La típica pregunta
de tus tíos “¿Que te compro para reyes?”.
Me parece lo peor que te pregunten directamente, cuando ya
tienes una edad, lo que quieres, no, no te molestes en mirar algo, pregunta
directamente. Yo me paso días enteros en centros comerciales buscando regalos,
a no ser que los padres del niño en cuestión me hayan pasado la lista de deseos
de su pequeño, y opino que esa es la gracia de un regalo, que alguien, pensando
en ti, busque algo que crea que te va a gustar (aunque no acierten).
Lo que me encanta de la Navidad, para relajar un poco el tono, son esas preciosas luces que ponen por toda la ciudad y los adornos, sin olvidar la comida... Me tengo que poner a dieta, como cada año...
A partir de hoy, espero recuperar el ritmo semanal de
publicaciones.
Atentamente, el Grinch.